Lo siento, de verdad que lo siento. Pero no puedo hacer otra cosa que pensar en ti. He olvidado las palabras que podían acercarse a expresar lo que siento, o simplemente no existen. Nunca he querido ser la marioneta de nadie, pero tú mueves mis hilos; tampoco he querido avanzar a ciegas por el camino, pero tú, me vendaste los ojos, simplemente me los tapaste con la mano, y me susurraste que me llevarías tú...
¿Cómo es posible? ¿Cómo puede sonar esto tan sumamente repetitivo? Este sentimiento, que te coge de improvisto, y te cala hasta lo más profundo de tu ser... Nunca, nunca creí que podría llegar a sentir algún día esto. Suena muy tópico, lo sé, pero es, simplemente así. No, no pienso que nuestra historia sea la más bonita, la más verdadera, ni mucho menos la más perfecta, pero miren, es la nuestra, y con eso me basta. Créanme, ¡con qué poco ha conseguido enseñarme a valorar los pequeños detalles! Detalles como las pequeñas sonrisas, intentos de detener el tiempo, reírse y llorar por nada, caerme y levantarme, pero que él me tienda la mano y me abrace para evitar que vuelva a caer... Son el tipo de cosas que no tienen precio o valor en esta vida. De estas que crees que es imposible tenerlas, pero cuando las tienes, no puedes hacer otra cosa que no sea dar gracias porque te haya tocado a ti. ¿Sabéis de lo que hablo, no? Yo creo que también, sé que también. Porque él, él...me ha enseñado a querer.
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