"Dicen que a lo largo de nuestra vida tenemos dos grandes amores; uno con el que te casas o vives para siempre, puede que el padre o la madre de tus hijos... Esa persona con la que te casas o vives para siempre, puede que el padre o la madre de tus hijos... Esa persona con la que consigues la compenetración máxima para estar el resto de tu vida junto a ella...
Y dicen que hay un segundo gran amor, una persona que perderéis siempre. Alguien con quien naciste conectado, tan conectado que las fuerzas de la química escapan a la razón y os impedirán, siempre, alcanzar un final feliz. Hasta que cierto día dejaréis de intentarlo... Os rendiréis y buscaréis a esa otra persona que acabaréis encontrando. Pero os aseguro que no pasaréis una sola noche, sin necesitar otro beso suyo, o tan siquiera discutir una vez más... Todos sabéis de qué estoy hablando, porque mientras estábais leyendo esto, os ha venido su nombre a la cabeza.
Os libraréis de él o de ella, dejaréis de sufrir, conseguiréis encontrar la paz (le sustituiréis por la calma) pero os aseguro que no pasará un día en que deseéis que estuviera aquí para perturbaros. Porque, a veces, se desprende más energía discutiendo con alguien a quien amas, que haciendo el amor con alguien a quien aprecias..."

Paulo Coelho.

Hace tiempo, en días nebulosos.

Después del oasis de este desierto, de momentos de pensar, de reír, de simplemente vivir, me toca asumir las cosas, intentar vencer mis miedos, intentar que las preocupaciones no influyan demasiado en mis acciones… Una lista indefinible de cosas que dejé a medias días atrás. “Lo bueno siempre termina pronto” es la frase que resume mi vida. Cuando crees que estás en felicidad absoluta, que nada puede fallar, que  ya no hay miedos, preocupaciones, limitaciones… ocurre. Llámalo estrellarse, bajar del sexto cielo desenfrenadamente, ahogarse, dejar de estar en Babia… o como lo  llama mucha gente, abrir los ojos.
¡Qué difícil es afrontar la vida tal y como es a veces! Yo los cierro por protección, por seguridad. Me adentro en un camino completamente desconocido sin más orientación que mi torpeza extrema. Debido a mi imaginación me imagino tener alas, y como el viento en esos momentos sacude tenuemente mi pelo, creo que vuelo. ¡Eres una chica realmente tonta e insolente! ¿Cómo vas a volar, cómo es que de repente tienes alas? Pero en esos momentos la chica tonta no piensa en nada, solo quiere volar, y volar cada vez más alto, creyendo que puedes  estar surcando el cielo eternamente. ¡Cuántas veces esa niña tonta e insolente ha caído en un terreno nada acogedor! ¡Cuántas ha tropezado! ¡Ni te digo de las veces que ha abierto los ojos y ha descubierto la espalda sin ninguna señal de tener alas ni por el estilo! Sería realmente exagerado decir  las veces en que esa niña tonta e insolente ha sentido ese sentimiento tan extraño. Sí, tristeza con impotencia, impotencia con idiotez, idiotez con desilusión, desilusión con tristeza de  nuevo… es una especie de cadena que te oprime por dentro, te asfixias, y no consigues deshacerte de ella.
Y así es como funciona todo, al fin y al cabo. ¿Que qué pasa en la niña tonta? Que intenta disimular las heridas, intentando ignorar que quedarán cicatrices del golpe por el resto de su vida. También intenta levantarse y fingir que no se ha caído, o que si lo ha hecho, no le ha dolido tanto como alguna gente asegura. Otras veces intenta borrar la sensación que tuvo cuando creyó que volaba. Intentar, intentar…imposible. Siempre queda un momento de debilidad en el que hurga  en las heridas, que siguen abiertas. Siempre queda un momento de debilidad en el que tiene  miedo de esas cicatrices. Ve sin sentido esa sonrisa improvisada para que nadie le pregunte y por más que lo intente, no se consigue sacar de la cabeza el momento en que voló, y como se sintió.
¿Os he dicho que la niña es tonta e insolente? También os he dicho que es imaginativa. Pues bien,  la chica sabe que volverá a volar, y volverá a caer, volverá a sentir lo mismo, y volverá a llorar. Pero por dentro, en el fondo, superando sus millones de defectos, está una mentalidad de chica fuerte, de chica que no oculta cicatrices, pero tampoco se fija demasiado en ellas. De  chica que reconoce que se ha caído, pero alardea de que se ha levantado. De chica que no oculta lo que sintió, pero solo le confiere esa importancia, fue un sentimiento, pasado.
Cuando la chica tonta e insolente logre llevar a la práctica este último párrafo, seguramente se caerá menos, o incluso se caerá más, pero amortiguará mejor la caída.

Para saber un trozito de mí.

Cuando la chica tonta e insolente de nombre Teresa, lleve a la práctica este último párrafo, sonreirá al leer tiempo después estas líneas.
Aguanta, pequeña.

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